“De las cartillas al código viviente: mi viaje con Biobots en la Costa Caribe”
Publicado: 16 de julio de 2025

Me llamo Sandra Patricia Rodríguez. Cuando escuché que 'Colombia Programa' traería los talleres de Biobots a la región Caribe, sentí curiosidad, pero también un poco de recelo: "¿Otro cuadernillo más?", pensé.
Me llamo Sandra Patricia Rodríguez, y vengo de una familia de maestras: mi madre fue rectora, mi abuela y mis tías dedicaron su vida a la educación. Siempre quise seguir sus pasos, pero hasta hace poco enseñaba informática con las mismas guías de siempre: folletos impresos y actividades desconectadas que yo misma descargaba de Internet. Cuando escuché que 'Colombia Programa' traería los talleres de Biobots a la región Caribe, sentí curiosidad, pero también un poco de recelo: "¿Otro cuadernillo más?", pensé.
El primer día en Cartagena cambié de opinión. Al abrir la caja encontré losetas, tarjetas con pictogramas, piezas que parecían de un rompecabezas… Nada que ver con esas cartillas de pasta que imaginé. Apenas vi las guías, muy breves y llenas de preguntas abiertas, supe que esto iba a ser distinto. Cuando colocamos por primera vez las losetas sobre el piso, creando rutas para simular el movimiento de un robot, algo hizo clic en mi mente: esto era enseñar pensamiento computacional sin una sola computadora.
Volví a mi colegio en el municipio de Manatí con la maleta llena de Biobots y un entusiasmo renovado. En el aula rural, donde lo digital siempre llega tarde, mis estudiantes nunca habían hablado de "bucles" o "condicionales" sin estar frente a una pantalla. Les invité a "programar" al compañero que hacía de robot, moviéndose solo si seguía cada instrucción. Al principio, dudaron. Luego, se rieron. Pronto, competían por diseñar el algoritmo más eficiente.
Recuerdo a Juan, un niño de tercer grado, que tardaba en seguir las indicaciones. Cuando su ficha robótica se atascó, él reformuló la ruta y gritó: "¡Listo, ahora sí va a llegar!" Esa escena me llenó de satisfacción. Comprendí que el aprendizaje real surge cuando el error es parte del juego, no un motivo de castigo.
Ser mujer en la ruralidad añade un reto extra. En mi colegio, la mayoría de los directivos y colegas de área son hombres. Llevar Biobots aquí fue demostrar que también nosotras podemos liderar procesos de innovación. Mis compañeras y yo hemos empezado a articular sesiones en las que ellas mismas crean nuevas tarjetas de desafío, pensando cómo adaptar el juego a otras materias, como turismo de nuevas tecnologías.
Ahora formo parte del equipo regional que valida actualizaciones de Biobots. Me emociona proponer nuevas actividades, desde simular un robot que debe regar una huerta hasta integrarlo con historias locales de pesca o cerámica. Sueño con el día en que cada docente rural tenga su kit de Biobots y comparta retos propios de su territorio.
A quienes dudan les digo: no esperen un laboratorio de computación; un piso despejado y unas piezas de cartón grueso son suficientes para sembrar la semilla de la curiosidad. Mi historia quiere inspirar a otras maestras y maestros de Colombia: atrévanse a jugar, a fallar y a descubrir con sus estudiantes. Si una maestra de un colegio pequeño en el Atlántico pudo transformar su manera de enseñar, cualquiera puede hacerlo.