Soy Walter, profe de la montaña

Soy Walter, profe de la montaña

Publicado: 16 de julio de 2025
Walter Herrera
Walter Herrera

Llevo más de 14 años enseñando en la Sierra Nevada. Aquí, entre trochas, guaduales y ríos bravos, aprendí lo que realmente significa ser docente.

Me llamo Walter Herrera Fernández. Nací en Santander, pero me crié entre brisas y olas: Barrancabermeja me vio nacer, Barranquilla me formó, y hoy mi casa está en el corregimiento de Bonda, en Santa Marta. Llevo más de 14 años enseñando en la Sierra Nevada. Aquí, entre trochas, guaduales y ríos bravos, aprendí lo que realmente significa ser docente.

Mi historia comenzó en la región del Carare, un lugar hermoso y duro en igual medida, al pie de la cordillera Oriental. Allá entendí que ser maestro en lo rural no es solo enseñar matemáticas o física (aunque de eso soy licenciado, de la Universidad del Atlántico). Es también ser puente, guía, y, muchas veces, el único referente para una comunidad entera. Aquí en la Sierra no hay señal ni cobertura celular. Hay días en los que dejo el celular colgado en un árbol para alcanzar algo de señal. Así es la vida en las montañas.

Pero no todo son carencias. Yo creo profundamente en el poder de la tecnología como herramienta de transformación. En zonas donde no hay electricidad, los paneles solares han traído luz. Donde no llega el Internet, el satélite abre ventanas al mundo. ¿Quién va a resolver los problemas del campo, si no es la misma gente del campo? Nuestros niños y niñas, si los formamos bien, serán los próximos solucionadores. Y eso es lo que más me emociona de enseñar aquí.

Ser docente rural es un apostolado. Es ser psicólogo, enfermero, electricista, herrero y líder, todo en uno. No exagero. Nosotros somos los que resolvemos, los que damos la cara, los que no podemos esperar a que alguien venga a salvarnos. Si no lo hacemos nosotros, ¿entonces quién?

Hace poco viví una experiencia que me renovó el alma: conocí Biobots. Un proyecto gamificado que nos enseña pensamiento computacional sin necesidad de computador. ¿Quién lo creyera? Para mí fue revelador. Siempre había asociado la programación con pantallas, teclados y dispositivos caros, pero esto… esto es otra cosa. Estoy ansioso por llevarlo a mi comunidad, compartirlo con mis compañeras docentes, muchas de las cuales creen que la tecnología está fuera de su alcance. Con Biobots, vamos a romper ese mito.

Sé que me voy a encontrar con resistencias. Siempre las hay. Pero como dice la filosofía japonesa: para aprender, hay que vaciar la taza. Tenemos que desechar viejos miedos y llenarnos de nuevas formas de enseñar, nuevas maneras de conectar. No será fácil, pero tengo fe en la herramienta y en la gente.

Me quedo con una palabra de todo esto: empatía, porque si no entendemos el camino del otro -ese colega que cruza una canoa y monta un burro por cuatro horas solo para dar clase-, entonces no entendemos nada. La educación rural necesita más oídos que discursos, más manos que promesas, más acompañamiento que evaluaciones. Eso es lo que somos. Eso es lo que intento ser, cada día, desde la montaña.

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