“Encendamos un LED y cambiemos el mundo”: la historia de Manuel y el poder del pensamiento computacional en Neiva

“Encendamos un LED y cambiemos el mundo”: la historia de Manuel y el poder del pensamiento computacional en Neiva

Publicado: 13 de agosto de 2025
Manuel Ossa
Manuel Ossa

Cuando Manuel terminó el colegio, lo único que tenía claro era que no quería ser profesor. Paradójico, porque hoy, cientos de estudiantes lo nombran con orgullo como el docente que les enseñó que programar no era sólo escribir código, sino una forma de encender ideas, transformar contextos y construir futuros.

Su historia es la prueba viva de que el pensamiento computacional no solo se enseña: se siembra.

Graduado como ingeniero electrónico en la Universidad Surcolombiana, Manuel llegó a la docencia por necesidad. Lo invitaron a dictar unas clases técnicas en un curso de electrónica y algo cambió: vio a sus estudiantes construir proyectos que él apenas había explorado en la universidad. Se impactó. Se quedó. Se convirtió.

Comenzó su carrera como docente rural en condiciones extremas: sin electricidad, cargando computadores a cuestas, buscando cualquier forma de hacer que el conocimiento llegara. Fue allí donde descubrió una herramienta que lo cambiaría todo: la micro:bit. "Fue mi salvación", dice. Y con ella nacieron sueños como automatizar el riego del café o enseñar programación con lo que tuviera a la mano.

Cuando se trasladó a Neiva, al Liceo Santa Librada, recibió un aula desmotivada tras la pandemia y una técnica de sistemas reducida al mantenimiento de computadores. "Era aburrido. Yo quería algo más". Así fue como encendió el primer LED con sus estudiantes. Fue suficiente. Como a él le pasó en su adolescencia, ver encender una luz fue ver nacer una vocación.

A partir de ahí, la técnica en sistemas se convirtió en la selección de robótica de Neiva. Luego, de Colombia. Comenzaron con un solo robot casero en un torneo local, y en menos de un año estaban en el podio de Robotic People Fest en Bogotá, cosechando segundos y terceros puestos en competencias nacionales, con robots hechos en cartón, cinta y fe.

Pero no es solo hardware: es una cultura. Manuel habla de motivación como el verdadero reto docente. Su aula no es un taller de electrónica: es un laboratorio de confianza. Sus estudiantes han aprendido a fallar con dignidad, a prototipar con creatividad y a presentar con orgullo."Yo quería que el alcalde viera lo que hacen. No lo logramos, pero sí hicimos llorar a las familias. Ellos eran los protagonistas. Eso nunca lo olvidarán", señala Manuel.

Robótica, género e inclusión

Entre sus logros más transformadores está la historia de Violet, una niña de noveno grado que diseñó un detector de incendios forestales usando sensores modernos. Ella no era su estudiante. Lo buscó. Lo convenció. Y él la adoptó como aprendiz. Hoy su prototipo funciona. Y Violet sueña con un futuro lleno de cables, programación y buscando las solución que le permita mitigar los incendios de su ciudad.

Manuel también ha sido agente activo de cambio en la equidad de género. "A las niñas les digo que tienen ventaja sobre nosotros. Les inculcó que esto es también para ellas". Y los resultados están allí: niñas liderando proyectos, presentando en ferias, defendiendo con argumentos sus ideas frente a jueces y cámaras de televisión.

Además, su aula es un espacio de inclusión radical. Dirige procesos con estudiantes de Caminar en Secundaria, jóvenes en condición de extraedad o con trayectorias interrumpidas. La robótica no es solo contenido: es oportunidad, estructura, respeto, comunidad. Uno de sus estudiantes ya enseña robótica en otra institución. "Tenía más alumnos que yo. Fue hermoso ver cómo replicaba todo lo aprendido", señaló el profe Manuel.

Las guías: una estructura para soñar

Manuel es uno de los docentes que ha implementado las guías de pensamiento computacional en el aula, las aprovecha al máximo adaptando los contenidos al contexto y las necesidades de sus estudiantes . Con su grupo de técnica en sistemas ha trabajado sensórica, automatización y prototipado con micro:bit, aprovechando cada espacio, cada minuto, cada recurso.

Uno de sus proyectos actuales más ambiciosos es un brazo robótico que mueve fichas de ajedrez, con cálculos matemáticos exactos para cada posición. Otro, una mano biónica que responde a movimientos musculares. Y el más grande: un concurso de robótica escolar justo, donde sus estudiantes no compitan contra kits comerciales, sino entre iguales. "Una competencia donde el mérito sea construir, no comprar".

¿Cuál es el impacto real?

Más de 50 robots construidos en un año, más de 30 estudiantes externos formándose en su club privado, más de 100 sueños activados con pensamiento computacional. Pero más allá de las cifras, Manuel ha encendido la chispa del sí puedo en quienes habían perdido la fe en el sistema educativo."No es enseñar. Es motivar. Y eso se hace con corazón, con persistencia… y con el código".

Así, Manuel -el profesor que no quería ser profesor- se convirtió en uno de los más grandes sembradores de pensamiento computacional en su ciudad. No desde el laboratorio perfecto, sino desde la necesidad, la pasión y la convicción de que una idea lógica puede cambiar una vida entera.

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