De cables a sueños: Mariana usa la programación para transformar su huerta y futuro
Publicado: 13 de agosto de 2025

"Empecé acompañando a mi papá en sus trabajos de electricidad, y allí descubrí mi verdadera vocación", nos confiesa Mariana. Crecer entre cables y destellos de herramientas le dio confianza para desafiar estereotipos.
Con paso firme y mirada brillante, Mariana Sánchez, de 17 años, estudiante de la Institución educativa José Eustasio Rivera, nodo de pensamiento computacional en Neiva Huila, nos abre la puerta de su mundo: uno donde la artesanía y la programación se entrelazan para sembrar futuro. Desde su colegio, esta joven de grado 11 ha roto prejuicios y demostrado que la programación no es sólo códigos y algoritmos, sino un poderoso motor de cambio social y personal.
"Empecé acompañando a mi papá en sus trabajos de electricidad, y allí descubrí mi verdadera vocación", nos confiesa Mariana. Crecer entre cables y destellos de herramientas le dio confianza para desafiar estereotipos: "Me decían que una niña no entiende de electricidad, pero mi papá siempre decía '¡esa niña sabe!'". Gracias a ese apoyo familiar, su curiosidad floreció hasta alcanzar la profundización en computación de su colegio, donde el mundo de los microcontroladores y sensores le abrió un horizonte insospechado.
Hoy lidera el proyecto de automatización de la huerta escolar, un desafío que integra sensores de humedad, temperatura y bombas de riego, todo coordinado por pequeños programas que hablan el lenguaje de la vida. "Cuando automatizamos el riego, la planta dejó de marchitarse y aprendimos que la tecnología bien aplicada puede cuidar la naturaleza y alimentar comunidades", explica con orgullo. Junto a sus compañeros, Mariana ha coordinado campañas de embellecimiento y de prevención del dengue, demostrando cómo el pensamiento computacional multiplica su impacto cuando se aplica en equipo.
Detrás de cada línea de código, Mariana ha aprendido a confiar en su propia voz. "Al principio no quería decir mi edad para que no menospreciaran mis ideas", relata. Pero poco a poco, su seguridad creció tanto como su destreza: participó en Code Connection y Colombia Programa, a través de las Ferias de Código en Acción. Hoy, sus palabras fluyen con la frescura de quien sabe de su talento: "No importa el machismo que enfrenten, niñas, no se rindan. Si algo nos apasiona, vale la pena luchar por ello".
En la voz de Mariana resuena la historia de tantas otras niñas y niños que, sin recursos, encuentran en la lógica de los algoritmos una forma de expresarse y soñar. Su ejemplo nos recuerda que la programación no está reservada a expertos en laboratorios; puede nacer de un taller artesanal, de una clase de química aplicada o de la voz de un maestro que cree en sus estudiantes.
Mariana no sólo invita a más jóvenes a explorar el pensamiento computacional, sino a transformar su entorno. "Cada proyecto, por pequeño que parezca, suma. Podemos crear aplicaciones para vender artesanías, optimizar huertos comunitarios o diseñar prototipos que mejoren la vida de nuestras familias". Su mensaje es claro: la tecnología es una herramienta de empoderamiento que brota de la creatividad y la colaboración.
Con su energía poco común y su determinación, Mariana se proyecta hacia la ingeniería eléctrica o mecatrónica, consciente de los retos económicos pero convencida de que con becas y esfuerzo todo es posible. "Cuando me vean en el futuro, en una noticia internacional, quiero que digan: 'esa niña me inspiró a mí'".
Mariana nos recuerda que el pensamiento computacional no es un fin en sí mismo, sino el comienzo de historias que transforman vidas. Su comunidad educativa ya vibra con su ejemplo, y su relato nos inspira a repensar la tecnología como puente para la creatividad, la justicia y el cambio social. Jóvenes como ella nos muestran que el próximo gran avance puede nacer de la mirada curiosa de una estudiante dispuesta a romper esquemas y construir puentes con códigos y sueños.